El alma de la alta dirección: más allá de la posmodernidad y de la inteligencia artificial
- Alta Dirección Jurídica
- hace 2 días
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Actualizado: hace 4 horas

Por Luis Hernández Martínez*
Polímata en cumplimiento estratégico, ética corporativa, liderazgo regulatorio e investigaciones periodísticas especializadas en empresas y negocios (también un ignorante razonable en otras disciplinas).
En el ruido de la posmodernidad y la irrupción de la inteligencia artificial (IA), muchos se preguntan cuál es todavía el rol esencial de la alta dirección. ¿Qué puede hacer un Chief Executive Officer (CEO) que un algoritmo no realice? ¿Dónde radica la diferencia entre un consejo directivo y un tablero de control inteligente? La respuesta puede parecer sorprendente: retomemos a Aristóteles.
En su tratado Acerca del alma, Aristóteles (2011) definió al alma como la forma de los cuerpos vivientes ("entelequia primera de un cuerpo en potencia organizado"), distinguiendo tres niveles: vegetativo, sensitivo y racional. Esa clasificación, lejos de ser un mero dato histórico, ofrece un marco útil para pensar la vida de las organizaciones y el rol que sus líderes deben desempeñar.
1. El alma vegetativa de la empresa: sobrevivir y sostenerse
Toda organización, como toda planta, tiene necesidades básicas: nutrirse, crecer y reproducirse. Esto se traduce en supervivencia financiera, liquidez, flujo de caja y capacidad de mantener la operación en marcha.
Una empresa en “modo vegetativo” se centra en sostenerse: reducir costos, generar ventas mínimas y garantizar un ciclo básico de continuidad.
Muchos startups caen en este nivel cuando dependen exclusivamente de rondas de inversión para “alimentarse” y crecer, sin un modelo de negocio sólido que las sostenga.
De igual forma, grandes corporaciones que sólo vigilan el EBITDA mes a mes corren el riesgo de volverse organismos gigantescos sin propósito, preocupados por sobrevivir, pero incapaces de trascender.
En el ecosistema posmoderno, donde el cortoplacismo domina, el alma vegetativa es indispensable pero insuficiente. Una empresa que sólo vive para sobrevivir termina por marchitarse.
2. El alma sensitiva: percibir, reaccionar y adaptarse
El siguiente nivel corresponde al alma sensitiva, propia de los animales; capaz de percibir, desear y moverse. Trasladado al mundo corporativo: la capacidad de leer el mercado, detectar señales débiles, escuchar al cliente y responder con agilidad.
En este plano, el management se convierte en radar: analiza tendencias, mide cambios en la experiencia del usuario, percibe oportunidades emergentes.
Empresas exitosas en este nivel son las que tienen inteligencia de mercado e innovación incremental: saben reaccionar rápido, pivotear, adaptar productos.
El riesgo está en que se vive en estado de reacción continua. En la posmodernidad, donde las señales son fragmentadas y el entorno es hiperacelerado, la empresa corre el peligro de convertirse en un organismo reactivo, siempre persiguiendo al entorno, pero sin marcar el rumbo.
Con la irrupción de la IA, el alma sensitiva se automatiza fácilmente. Chatbots, algoritmos de análisis de sentimiento y big data permiten sentir más y mejor que cualquier humano. Pero percibir no equivale a comprender; y reaccionar no significa dirigir.
3. El alma racional: pensar, deliberar y decidir con propósito
Aquí Aristóteles situó el grado más alto: el alma racional, exclusiva del ser humano. Este nivel no se limita a sentir ni a sobrevivir: es la capacidad de pensar en conceptos universales, deliberar sobre fines y decidir con sentido ético.
Para la alta dirección, el alma racional significa formular visión estratégica, establecer un norte y definir qué fines persigue la empresa y por qué.
Ningún algoritmo puede deliberar sobre la justicia de una decisión, sobre la dignidad del trabajo humano o sobre el impacto a largo plazo en la comunidad.
La IA puede ofrecer diagnósticos más veloces que cualquier comité, pero no puede articular valores ni construir sentido compartido.
En este nivel, la dirección se convierte en guardián del propósito. No se trata sólo de decidir qué producto lanzar o qué mercado conquistar, sino de responder preguntas radicales: ¿para qué existe la empresa? ¿Qué aporta a la sociedad? ¿Qué mundo quiere dejar?
4. La alta dirección en la era de la inteligencia artificial
En tiempos donde la IA promete desplazar funciones de analistas, consultores e incluso abogados o médicos, podría parecer que también amenaza a la figura del CEO. Pero la realidad es otra: la IA potencia el nivel vegetativo y sensitivo de las organizaciones, liberando a la alta dirección para concentrarse en lo verdaderamente humano.
La IA administra la eficiencia (vegetativo): optimiza procesos, reduce tiempos y costos.
La IA amplifica la sensibilidad (sensitivo): detecta patrones, escucha consumidores, predice tendencias.
Pero sólo los humanos pueden ejercer el alma racional: decidir fines, deliberar sobre dilemas universales; integrar conceptos como la justicia y la rentabilidad en una misma ecuación.
El rol de la alta dirección no se reduce a optimizar, sino a orientar. En la posmodernidad, donde los discursos se fragmentan y la verdad parece líquida, la empresa necesita líderes que no sólo escuchen datos, sino que otorguen sentido al conjunto.
5. Una lección aristotélica para la posmodernidad
La lección de Aristóteles sigue vigente: el alma es la entelequia, la forma que organiza y da unidad al cuerpo. En la empresa, el liderazgo directivo cumple esa misma función: no basta con tener recursos, datos o inteligencia artificial; hace falta un principio que unifique, oriente y dé razón de ser.
La posmodernidad exige líderes capaces de sostener (alma vegetativa), adaptarse (alma sensitiva), pero sobre todo deliberar con visión y ética (alma racional). Allí radica la función de la alta dirección (voluntad e inteligencia). En un mundo donde los algoritmos son músculo y cerebro reactivo, los líderes deben ser el alma que dota de propósito a la acción colectiva.
La metáfora es contundente: el destino de la empresa no debe supeditarse a la tiranía material del algoritmo, necesita un principio vital, un propósito racional de vida (inmaterial, trascendente, generacional). La alta dirección debe estar dispuesta a rendir cuentas, no solamente ante los accionistas, sino también a la sociedad.
Y es que la ética organizacional no es un problema por resolver con un par de cursos o talleres, no. Es antes todo un asunto de liderazgo humanista, transformacional (por citar un par de características clave). Necesita una capacitación estratégica, encabezada por la C-suite de la organización.
Será muy fácil verificar mi dicho con la impresionante cantidad de casos de bancarrota o corrupción difundidos en diferentes medios. Ahí tienes el infierno corporativo que vivieron las compañías que mencioné en mi libro “Los 7 Pecados Capitales de las Empresas” (Hernández, 2000).
Atiende la lección de Aristóteles. No permitas que el ruido de la posmodernidad y la irrupción de la inteligencia artificial (IA) impidan que potencies el alma inmortal de la alta dirección que marcará el tiempo, ritmo y modo de tu empresa.
PARA CITAR EL PRESENTE ARTÍCULO: Hernández, L. (2025, 14 de octubre). El alma de la alta dirección: más allá de la posmodernidad y de la inteligencia artificial [Entrada de blog]. Alta Dirección Jurídica. https://www.altadireccionjuridica.com/post/el-alma-de-la-alta-dirección-más-allá-de-la-posmodernidad-y-de-la-inteligencia-artificial
REFERENCIAS:
Aristóteles. (2011). Acerca del alma. Barcelona. Gredos.
Hernández, Luis (2000). Los 7 pecados capitales de las empresas. México. Editorial Diana.
El texto ofrece una reflexión profunda y original al aplicar la teoría aristotélica del alma al liderazgo empresarial contemporáneo. Lo más valioso es cómo plantea que, frente a la irrupción de la inteligencia artificial, la verdadera función del CEO no es operar ni reaccionar, sino pensar con propósito, deliberar éticamente y dar sentido humano a la organización. Mientras la IA puede encargarse de la eficiencia y la sensibilidad del mercado, sólo la alta dirección puede ejercer el “alma racional” que unifica, orienta y dota de trascendencia a la empresa. En un mundo dominado por datos y automatización, el texto recuerda que el liderazgo auténtico sigue siendo una tarea profundamente humana. Vazquez Ahedo Yisel (E)
El texto me hizo pensar y reconocer en cómo nuestro mundo ha cambiado tanto y seguirá cambiando y que la inteligencia artificial va a ser parte de nuestras herramientas en el trabajo y aunque la tecnología avance, nosotros seguimos teniendo algo que ninguna máquina tiene la esencia racional, la capacidad de investigar, comprender y lo más importante actuar con propósito y ética. Me llamó mucho la atención cómo se usó la filosofía para comparar la empresa con un ser vivo que tiene distintos niveles de alma una que sobrevive, otra que siente, y otra que piensa, me parece una forma muy clara de entender que las empresas igual que las personas no sólo deben enfocarse en sobrevivir o reaccionar, sin…
Meza Rodríguez Diego Cristian (T)
El texto propone entender a la empresa como un ser vivo, siguiendo la idea de Aristóteles sobre las tres almas: vegetativa, sensitiva y racional. Cada una representa un nivel de madurez organizacional y un tipo distinto de liderazgo.
Alma vegetativa: es la base de la supervivencia. La empresa busca mantenerse viva, generar flujo de efectivo, reducir costos y asegurar operaciones. Aquí el liderazgo es conservador y operativo. Su peligro está en quedarse atrapada en la mera estabilidad, olvidando el crecimiento y el propósito.
Alma sensitiva: El cual implica percibir y adaptarse. La organización desarrolla sensibilidad al entorno escucha al cliente, analiza tendencias, innova y reacciona con rapidez. El liderazgo se vuelve empático y ágil. Sin…
Creo que hoy en día existe la idea de que la inteligencia artificial pueda reemplazar puestos como CEO, consultores, psicólogos o médicos. Sin embargo, me gusta cómo el artículo muestra de manera muy clara los tres niveles del alma y el enfoque que les da, ya que ayuda a comprender mejor que la inteligencia artificial solo puede apoyarnos a nivel vegetativo y sensitivo, y no puede sustituir la capacidad humana de liderar con un propósito. Esto sigue demostrando que la IA solo potencia y complementa, es decir, funciona como una herramienta, pero no puede reemplazar al ser humano.
Danna Paola Sánchez (E)
Me parece muy interesante lo que compartes, Luis. Es cierto que muchos viven con el miedo de que la inteligencia artificial reemplace al ser humano, pero olvidamos que, por muy avanzada que sea, sigue siendo algo artificial. Puede imitar la razón y analizar emociones, pero no puede tener un alma, propósito ni conciencia real.
Lo que nos diferencia es esa capacidad de sentir, decidir con ética y dar sentido a lo que hacemos. La IA puede optimizar y reaccionar, pero nunca reemplazará la esencia humana: pensar, crear y dirigir con propósito.
Por esto considero que un verdadero líder debe de tener presente esta parte humana.